El poeta Juan Clemente
Zenea (1832-1871)es autor de piezas narrativas y de un copioso número de
artículos periodísticos, a Juan Clemente se le recuerda sobre todo por un
puñado de versos, quizá los más notables de la segunda promoción romántica en
la Isla. Su vida azarosa, su polémica intervención a favor de la paz durante la
contienda independentista de 1868 y su torpe asesinato judicial lo han
convertido además en un personaje novelesco.
Juan Clemente Zenea es reconocido
como uno de los poetas de mayor influencia en la literatura cubana. Su renovación
al romanticismo creó nuevos caminos en la poesía hispanoamericana.
En Cuba se enamoró de la actriz
estadounidense Adah Menken, quien le correspondió. En su primer destierro se
reúne con ella en Nueva Orleáns, de donde ella provenía. La relación terminando
poco después pero no la fidelidad del poeta al romance. Esto no quiere decir
que Zenea fuera flojo de carácter, al contrario, tenía una personalidad muy
fuerte. De joven fue excomulgado por el obispo de La Habana por un folleto que
publicó. Aquello se arregló y años más tarde durante su primer destierro, en La
Habana en su ausencia lo sentenciaron, recibiendo la pena de muerte.
Simplemente que Adah Menken fue el amor de su vida.
A pesar de ser sobrino por parte de
madre del poeta José Fornaris y haber atendido en La Habana al colegio El
Salvador de José de la Luz y Caballero, se estima que la base de su formación
fue autodidacta. Fundó muchas publicaciones y colaboró en muchas más, tanto en
Cuba como en Estados Unidos y México. Usó varios seudónimos, entre ellos Adolfo
de la Azucena, Ego quoque, Una Habanera, ***. Durante la amnistía regresó a
Cuba y entre sus otras actividades fue profesor de inglés. Era fluente en
inglés y francés, además sabía italiano y latín.
Natural de Bayamo fue huérfano de
madre desde muy pequeño. Su padre se vio forzado a regresar a España cuando aun
el futuro poeta era muy joven. A los trece años de edad, Zenea se traslada a La
Habana. Su talento literario pronto le abre caminos en el periodismo.
Perseguido por razones políticas, en varias ocasiones sufre destierro en
Estados Unidos. Sirviendo de mediador pacífico entre el gobierno y los
patriotas, es injustamente fusilado por el gobierno español.
Diario de un mártir
I
[...]
II
Si después que yo muera,
al hogar de un amigo
mi huérfana infeliz y
pordiosera
llega implorando protección y
abrigo;
y albergue hospitalario
encuentra en sus desgracias,
yo saldré del sepulcro
solitario
y al buen amigo le daré las
gracias.
III
¡Catorce veces! -¡Una vida
entera!-
Al llegar este día,
despertaba mi hermosa compañera
sonriendo de esperanza y de
alegría.
Era que entonces recordaba,
cuando
rendida el alma ardiente,
en una hora feliz puse
temblando
la corona nupcial sobre su frente.
Y hoy, al abrir sus ojos, ¡qué
amargura!
¡Oh! ¡Cómo habrá sufrido!
al comparar su inmensa
desventura
con las delicias del placer
perdido.
En bello porvenir albas
hermosas
yo tierno le anunciaba
y al renovar los lirios y las
rosas
incienso y mirra en el altar
quemaba.
Era todo placer, fiesta
solemne.
Y un ángel Dios quería
que encendiese la lámpara
perenne
que ante la imagen de mi amor
ardía.
Nunca turbamos con el ceño
adusto
la paz del sentimiento;
y nos bastaban para dicha y
gusto
modesta casa y corazón
contento.
La postrera ocasión que así nos
vimos,
libre el alma de engaños,
en el gozo habitual nos
prometimos
saludar el mejor de nuestros
años,
y así seguir sin vanidad ni
orgullo,
cuidados ni temores,
viendo el tiempo correr sin un
murmullo
como un agua que corre entre
las flores,
y al apagar la juventud su
fuego,
ver en tarde callada
el tibio sol de la vejez... y
luego
su tumba al lado de mi tumba
helada.
Y soñamos al fin de humanas
cuitas.
Dos cruces y dos losas;
sobre mi cruz humildes
margaritas,
sobre su cruz fragantes
tuberosas.
Mas no vimos al ver tantas
bondades
y bendecir al cielo,
las aves que presagian
tempestades
tras nuestra barca en fugitivo
vuelo.
Y llegó la tormenta: -se
ennegrecen
los densos nubarrones;
las olas con las olas se
enfurecen,
silban y braman rudos
aquilones;
¡y nos hunden, mi bien, hados
impíos
en un momento aciago!
¡Y en el revuelto mar, yo con
los míos
en esta noche de dolor
naufrago!
IV
Cesaron, ¡oh mi Dios!, las
alegrías
del amor terrenal con sus
anhelos.
Y ya empezaron a correr los
días
del santo amor que seguirá en
los cielos.
Conmigo seguirá, si por los
vagos
espacios de la tumba, en paz y
calma
navega el hombre en bonancibles
lagos,
y un viaje inmortal emprende el
alma.
Y ¡oh! nunca borre caprichosa
suerte
la imagen ¡ay! que tu memoria
encierra;
para amarte en el seno de la
muerte
como tú me amarás desde la
tierra.
Pero si quieres despertar mis
celos,
y ni en tu mente alguna vez me
nombras,
en la homérica selva de
asfodelos
irá mi sombra a atormentar las
sombras.
Mas no me olvidarás -que no se
olvida
una como la nuestra, larga
historia;
¡y al decirnos adiós en esta
vida
nos dijimos adiós hasta la
gloria!
V
Con su voz infantil, voz
deliciosa
que vibra en mis oídos todavía,
al llover de la nieve
silenciosa
libros de cuento mi Piedad
leía.
Al pie de la caliente chimenea
yo al ver su rostro satisfecho
estaba;
y mi santa mujer, ¡bendita
sea!,
allí a su lado en su labor
pensaba.
Ayer así nos contemplaba el
cielo;
y hoy en mi hogar las
desventuras moran,
ellas suspiran en extraño suelo
y mi destino y mi tormento
ignoran.
Y yo al recuerdo de mis horas
bellas
no se si viven mientras yo no
muero;
¡y aquí pensando sin cesar en
ellas
el fin del drama en la prisión
espero!
VI
¡Oh! ¡Qué grato sería
libre y feliz sin pesadumbre
alguna,
con la adorada mía
por la floresta umbría
vagar al rayo de esta blanca
luna!
¡Y orillas de la fuente
ver la niña soltar sus trenzas
blondas
al aromado ambiente,
y el agua transparente
con su imagen jugar sobre las
ondas!
Y no con tanto anhelo,
harto el herido corazón de
quejas
y amargo desconsuelo,
¡un pedazo de cielo
ponerme a mendigar desde las
rejas!
¡Oh! ¡Cuántas, dueño amado,
noches tan llenas de esplendor,
tan bellas,
en tiempo afortunado
los dos hemos pasado
al trémulo brillar de las
estrellas!
Del espacio, señora,
con sus dardos de plata
perseguía
eterna viajadora
la Diana cazadora
nube tras nube en la región
vacía.
Contaba sus dolores
el ruiseñor a los favonios
leves,
nos daban sus olores
las tempranas flores,
y un fresco soplo las postreras
nieves.
¡Y la suerte entre tanto
pensaba convertir en un lamento
el armonioso canto
trocar la risa en llanto
y el gozo puro en sin igual
tormento!
VII
¡Quién entonces creyera
que tan pronto, mi bien,
gimiendo a solas
de mi fiel compañera
separado me viera
por dura cárcel y profundas
olas?
Y ¿quién pensar podría
que la ilusión del porvenir
risueño,
en no lejano día
volando pasaría
como una sombra en fugitivo
sueño?
¿Y éstas son las hermosas
albas del porvenir? -¡Delirio
insano!
¡Ay mis lirios y rosas!
¡Oh dichas engañosas!
¡Oh breves gozos del amor
humano!
¡Qué alegre y bella estaba
mi compañera, la adorada mía,
cuando la nave a Veracruz
llegaba,
y al asomar el día
en el fondo del cielo el
Orizaba
su túnica imperial desenvolvía!
Columbrábanse apenas,
al borde de las playas inseguro
las fajas de las tórridas
arenas;
y en el confín oscuro
de la heroica ciudad torres y
almenas
y en un penón el artillado
muro.
Después -¡oh cuadro hermoso!-,
preñadas nubes en su ruda
espalda
sustenta el Chiquihuite
portentoso;
y en su risueña falda
despliega el Aculcingo generoso
su rica vestidura de esmeralda.
Naturaleza adula
el valle en donde en la
apacible siesta
el arpa santa una oración
modula,
y en cuyo seno, enhiesta
levanta su pirámide Cholula
y la Malinche su empinada
cresta.
Y nada igual tampoco
en horas de entusiasmo y de
desvelos
soñó jamás el pensamiento loco,
como los claros cielos
que cubren la laguna de Texcoco
y de Ixtaxihuatl los eternos
hielos.
Contentos y pesares
Chapultepec a los viajeros
cuenta,
y al humo del incienso en los
altares
noble, regia, opulenta,
en medio de sus bosques
seculares
Tenoxtitlán magnífica se
ostenta...
¡Tenoxtitlán! ¡Qué suerte!
¡Ya no más te veré! -La triste
vida
los términos alcanza de la
muerte;
que mi bien se despida
de ver su esposo y de tornar a
verte,
¡y adiós! ¡Adiós, Tenoxtitlán
querida!
VIII
Conozco esa canción; ecos
perdidos
sus notas son de plácidas
historias;
que a sus dulces y lánguidos
sonidos
desde mi edad de fáciles
victorias
están acostumbrados mis oídos.
Una noche -¿te acuerdas?-
recorrías
las teclas de marfil: tierno,
amoroso,
mirándome en tus ojos me veías,
y tú con el intérprete
armonioso
los misterios del alma me
decías.
Sentado junto a ti, mi
pensamiento
de la existencia mísera y
precaria
las cuitas olvidó; y un vago
acento,
preludio de una mística
plegaria,
la fiebre estremeció del
sentamiento.
Después, dichosa, angelical,
serena,
alegraste mi hogar con tu
sonrisa
y esa canción que de pesar me
llena,
que viene en alas de la errante
brisa
y en las bóvedas cóncavas
resuena.
¿Qué cosas al espíritu agitado
no dirán esas voces gemidoras?
¿Qué no dirán al pobre
encarcelado,
hablándole en las ansias de
estas horas
de alegres tiempos del amor
pasado?
Le dicen, ¡ay!, que su
infortunio es cierto;
que dentro del pecho el corazón
sucumba
y allí repose inanimado y yerto
cual reposa el cadáver en su
tumba.
¡Porque es verdad que su
esperanza ha muerto!
IX
Prisión, enfermedad, negras
pasiones
contra mí desatadas;
¡y tantas, tan acerbas
aflicciones
en un pecho mortal acumuladas!
¡Por la esposa infelice
suspirando,
y de mi niña ausente,
y el soplo de la suerte
marchitando
los pálidos laureles en mi
frente!
¡Oh Dios!, ¡que así mi corazón
heriste!
Recibe un alma tierna;
¡cierra las puertas de este
mundo triste!
¡Abre las puertas de la patria
eterna!
X
Si el labio tuyo jamás me
nombra,
y a Dios descanso por mí no
pides,
del otro mundo vendrá mi sombra
para rogarte que no me olvides.
Y una voz de agonía
vibrará junto a ti,
y dirá noche y día
¡acuérdate, alma mía,
acuérdate de mí!
Si tú me llamas en tus dolores
y oyes un eco muy lastimero:
yo soy quien dice: -Mujer, no
llores;
en el sepulcro, mi bien, te
espero.
Y si acaso decides
no amar de nuevo aquí
y amor al cielo pides;
nunca mi amor olvides,
¡acuérdate de mi!
XI
La desgracia, es verdad, no
viene sola;
cuando el piélago agita
turbulento
su inmensa mole azul, y Dios
apaga
la lumbrera del alto
firmamento;
el bóreas bramador, ola tras
ola
vertiginosa convulsión propaga.
Así, en la vida también, cuando
el destino
marca las horas de infortunios
llenas,
y sus alas los ábregos sacuden,
unas penas impulsan otras
penas,
palpita el corazón, y en
torbellino
todos los males a la vez
acuden.
¡Paz y resignación! -ánimo
fuerte
para ver deshacerse el dulce
asilo
del doméstico hogar, y al
furibundo
golpe que asesta sobre mí la
suerte,
desnudo el pecho presentar
tranquilo,
¡y que vacile y se desplome el
mundo!
XII
-¿Te despides al partir,
de la niña? -¡No, por Dios,
que por no hacerla sufrir
me iré sin decirle adiós!
-Si llama al padre, al tornar
de la escuela, ¿qué diré?
-Que por no verla llorar,
sin verla el padre se fue.
-Se fue mi padre, ¡ay de mí!
¿Por qué nos abandonó?
-¿Volverá muy pronto? -Sí.
-¿Volverá, muy pronto? No.
-¿Y he de abrazarle al volver?
-Si, niña, le abrazarás.
-Si hay un cielo podrá ser;
¿abrazarme aquí? ¡Jamás!
XIII
Despierto, oyendo angustiado
que la voz de un ser amado
me llama con ansiedad,
¡y en el sitio acostumbrado
busco el lecho de Piedad!
¡Qué juego de la pasión!
¡Su lecho...! ¡Qué desvarío!
¡Qué mentirosa ilusión!
-¡Si no hay más lecho que el
mío
en esta oscura prisión!
XIV
En el arábigo idioma
Lulú significa perla,
y el creyente de Mahoma
llama a su novia Lulú.
Al verte de gracia llena
tu padre así te decía,
que por hermosa y por buena
perla en la casa eras tú.
El mismo nombre te daba
yo también algunas veces,
cuando decirte anhelaba
mi ternura y mi pasión;
y al estar en ti pensando,
hoy, en el fondo del alma,
una voz me está gritando:
"¡Lulú de mi
corazón!"
XV
Te mando, mi bien, un beso
y un suspiro desde aquí,
y sólo siento estar preso
por no hallarme junto a ti.
Mas como quiere la suerte
separarnos a los dos,
desde el umbral de la muerte
con el beso va un adiós.
Y como, aunque yo lo ansío,
no he de verte nunca más,
otro beso por el mío
en el Cielo me darás.
XVI
Mensajera peregrina,
que al pie de mi bartolina
revolando alegre estás,
¿de do vienes, golondrina?
Golondrina, ¿a dónde vas?
Has venido a esta región
en pos de flores y espumas,
y yo clamo en mi prisión
por las nieves y las brumas
del cielo del septentrión.
Bien quisiera contemplar
lo que tú dejar quisiste,
quisiera verme en el mar,
ver de nuevo el Norte triste,
ser golondrina y volar.
Quisiera a mi hogar volver
y allá, según mi costumbre,
sin desdichas que temer,
verme al amor de la lumbre
con mi niña y mi mujer.
Si el dulce bien que perdí
contigo manda un mensaje,
cuando tornes por aquí,
golondrina, sigue el viaje
y no te acuerdes de mí.
Que si buscas, peregrina,
do el ramaje un sauce inclina,
ningún sauce encontrarás;
y yo diré: -Golondrina,
golondrina, ¿a dónde vas?
No busques, volando inquieta, ,
mi tumba oscura y secreta.
Golondrina, ¿no lo ves?
En la tumba del poeta
no hay un sauce ni un ciprés.
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