
Me duele muchas veces cuando sacan de contexto sus ideas para convertirlas en banderas de causas que nada tienen que ver con la postura literaria y política de un Martí consecuente en cada acto de su vida. Si algo soy es Martiana, si Martí fuera un ser místico de seguro alcanzaría a entregarle mi fé y si perteneciera a algún partido en mi vida sería al de Martí.
Me impresiona la delicadeza con que escribió a María Mantilla y aqui uno de los textos más hermoso de ese epistolario que nos deja conocer un ser sensible, amoroso y completo.
Cartas
de José Martí a María Mantilla
A mi María:
Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan
lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, en saber, para
poder querer, querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta,
amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e
independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego,
cuando sea mujer, a hablarle de amores, a llevársela a lo desconocido, o a la
desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura
simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los
hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la
libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo
que las mujeres esclavas, esclavas por su ignorancia y su incapacidad de
valerse, llaman en el mundo “amor”. Es grande, amor: pero no es eso. Yo amo a
mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina,
merecimiento y respeto. ¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?
Aquí estoy, en Cabo Haitiano; cuando no debía
estar aquí. Creí no tener modo de escribirte en mucho tiempo, y te estoy
escribiendo. Hoy vuelvo a viajar, y te estoy otra vez diciendo adiós. Cuando
alguien me es bueno, y bueno a Cuba, le enseño tu retrato. Mi anhelo es que vivan
muy juntas, tu madre y ustedes, y que pases por la vida pura y buena. Espérame,
mientras sepas que yo viva. Conocerás el mundo, antes de darte a él. Elévate,
pensando y trabajando. ¿Quieres ver como en ti, en ti y en Carmita? Todo me es
razón de hablar de ti, el piano que oigo, el libro que veo, el periódico que
llega. Aquí te mando, en una hoja verde, el anuncio del periódico francés a que
te suscribió Dellundé. El Harper’s Young People no lo leíste, pero no era culpa
tuya, sino del periódico, que traía cosas muy inventadas, que no se sienten, ni
se ven, y más palabras de las precisas. Este Petit francais es claro y útil. Léelo, y luego enseñarás. Enseñar,
es crecer. Y por el correo te mando dos libros, y con ellos una tarea, que
harás, si me quieres; y no harás, si no me quieres. Así, cuando esté en pena,
sentiré como una mano en el hombro, o como mi cariño en la frente, o como las
sonrisas con que me entendías y consolabas; y será que estabas trabajando en la
tarea, pensando en mí.
Un libro es L’Historie
Générale, un libro muy corto, donde está muy bien contada, y en lenguaje
fácil y limpio, toda la historia del mundo, desde los tiempos más viejos, hasta
lo que piensan e inventan hoy los hombres. Son 180 sus páginas: yo quiero que
tú traduzcas, en invierno o en verano, una página por día; pero traducida de
modo que la entiendas, y de que la puedan entender los demás, porque mi deseo
es que este libro de historia quede puesto por ti en buen español, de manera
que se pueda imprimir, como libro de vender, a la vez que te sirva, a Carmita y
a ti, para entender, entero y corto, el movimiento del mundo, y poderlo
enseñar. Tendrás, pues, que traducir el texto todo, con el resumen que va al
fin de cada capítulo, y las preguntas que están al pie de cada página; pero
como éstas son para ayudar al qué lee a recordar lo que ha leído; y ayudar al
maestro a preguntar, tú las traducirás de modo que al pie de cada página
escrita sólo vayan las preguntas que corresponden a esa página. El resumen lo
traduces al acabar cada capítulo. La traducción ha de ser natural, para que
parezca como si el libro hubiese sido escrito en la lengua a que lo traduces, que
en eso se conocen las buenas traducciones. En francés hay muchas palabras que
no son necesarias en español. Se dice, tú sabes il est, cuando no hay él ninguno, sino para acompañar a est, porque
en francés el verbo no va solo: y en español, la repetición de esas palabras de
persona,del yo y él y nosotros y ellos, delante del verbo, ni es necesaria ni
es graciosa. Es bueno que al mismo tiempo que traduzcas, aunque no por supuesto
a la misma hora, leas un libro escrito en castellano útil y sencillo, para que
tengas en el oído y en el pensamiento la lengua en que escribes. Yo no
recuerdo, entre los que tú puedes tener a mano, ningún libro escrito en este
español simple y puro. Yo quise escribir así en La Edad de Oro; para que los
niños me entendiesen, y el lenguaje tuviera sentido y música. Tal vez debas
leer, mientras estés traduciendo, La Edad de Oro.
El francés de L’Historie
Générale es conciso y directo, como yo quiero que sea el castellano de tu
traducción; de modo que debes imitarlo al traducir, y procurar usar sus mismas
palabras, excepto cuando el modo de decir francés, cuando la frase francesa,
sea diferente en castellano. Tengo, por ejemplo, en la página 19, en el párrafo
No. 6, esta frase delante de mí: “Les
Grecs ont les premiers cherché á se rendre compte des choses du monde”. Por
supuesto que no puedo traducir la frase así, palabra por palabra: “Los Griegos
han los primeros buscado a darse cuenta de las cosas del mundo,” porque eso no
tiene sentido en español. Yo traduciría: “Los griegos fueron los primeros que
trataron de entender las cosas del mundo.” Si digo: “Los griegos han tratado
los primeros”, diré mal, porque no es español eso. Si sigo diciendo: “de darse
cuenta”, digo mal también, porque eso tampoco es español. Ve, pues, el cuidado
con que hay que traducir, para que la traducción pueda entenderse y resulte
elegante, y para que el libro no quede, como tantos libros traducidos, en la
misma lengua extraña en que estaba. Y el libro te entretendrá, sobre todo
cuando llegues a los tiempos en que vivieron los personajes de que hablan los
versos y las óperas. Es imposible entender una ópera bien, o la romanza de Hildegonda,
por ejemplo, si no se conocen los sucesos de la historia que la ópera cuenta, y
si no se sabe quién es Hildegonda, y dónde y cuándo vivió, y qué hizo. Tu música no es así, mi María: sino la música
que entiende y siente. Estudia, mi María; trabaja, y espérame. Y cuando tengas
bien traducida L’Historie Générale,en
letra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, nobles y limpias,
¿cómo no habrá quien imprima; y venda para ti, venda para tu casa, este texto
claro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atractivo y ameno, que
todos los libros de enseñar historia que hay en castellano? La página al día,
pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y
la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas: y ve cuántas páginas te escribo.
El otro libro es para leer y enseñar: es un libro
de 300 páginas, ayudado de dibujos, en que está, María mía, lo mejor y todo lo
cierto de lo que se sabe de la naturaleza ahora. Ya tú leíste, o Carmita leyó
antes que tú, las Cartillas de Appleton. Pues este libro es mucho mejor, más
corto, más alegre, más lleno, de lenguaje más claro, escrito todo como que se
lo ve. Lee el último capítulo, La Physiologie
Végétale, la vida de las plantas, y verás qué historia tan poética y tan
interesante. Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre me parece nueva. Leo
pocos versos, porque casi todos son artificiales o exagerados, y dicen en
lengua forzada falsos sentimientos, o sentimientos sin fuerza ni honradez, mal
copiados de los que los sintieron de verdad. Donde yo encuentro poesía mayor es
en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el
fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo
alto del cielo, con sus familias de estrellas, y en la unidad del universo, que
encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche
del trabajo productivo del día. Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver
vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad
continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que
se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la
elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia
del vestido, la grande y verdadera, está en la altivez y fortaleza del alma. Un
alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a
la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma.
Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera,
tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la
belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la
belleza hecha echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos,
porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza
la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China
un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es
la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. Y esa naturalidad,
y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con
encanto en la historia de las criaturas de la tierra.
Lean tú y Carmita el libro de Paul Bert: a los dos
o tres meses, vuelvan a leerlo; léanlo otra vez, y ténganlo cerca siempre, una
página u otra, en las horas perdidas. Así sí serán maestras, contando esos
cuentos verdaderos a sus discípulas, en vez de tanto quebrado y tanto decimal,
y tanto nombre inútil de cabo y de río, que se ha de enseñar sobre el mapa como
de casualidad, para ir a buscar el país de que se cuenta el cuento, o donde
vivió el hombre de que habla la historia. Y cuentas, pocas, sobre la pizarra, y
no todos los días. Que las discípulas amen la escuela, y aprendan en ella cosas
agradables y útiles. Porque ya yo las veo este invierno, a ti y a Carmita,
sentadas en su escuela, de 9 a 1 del día, trabajando las dos a la vez, si las
niñas son de edades desiguales, y hay que hacer dos grupos, o trabajando una
después de otra, con una clase igual para todas. Tú podrías enseñar piano y
lectura, y español tal vez, después de leerlo un poco más; y Carmita una clase
nueva de deletreo y composición a la vez, que sería la clase de gramática,
enseñada toda en las pizarras, al dictado, y luego escribiendo lo dictado en el
pizarrón, vigilando porque las niñas corrijan sus errores, y una clase de
geografía, que fuese más geografía física que de nombres, enseñando como está
hecha la tierra, y lo que alrededor la ayuda a ser, y de la otra geografía, las
grandes divisiones, y ésas bien, sin mucha menudencia, ni demasiados detalles
yankis, y una clase de ciencias, que sería una conversación de Carmita, como un
cuento de veras, en el orden en que está el libro de Paul Bert, si puede
entenderlo bien ya, y si no, en el que mejor pueda idear, con lo que sabe de
las cartillas, y la ayuda de lo que en Paul Bert entienda, y astronomía. Para
esa clase le ayudarían mucho un libro de Arabella Buckley, que se llama The Fairy-Land of Science, y los libros
de John Lubbock, y sobre todo dos, Fruits,
Flowers and Leaves y Ants, Bees and
Wasps. Imagínate a Carmita contando a las niñas las amistades de las abejas
y las flores, y las coqueterías de la flor con la abeja, y la inteligencia de
las hojas, que duermen y quieren y se defienden, y las visitas y los viajes de
las estrellas, y las casas de las hormigas. Libros pocos, y continuo hablar.
Para historia, tal vez sean aún muy nuevas las
niñas. Y el viernes, una clase de muñecas, de cortar y coser trajes para
muñecas, y repaso de música, y clase larga de escritura, y una clase de dibujo.
Principien con dos, con tres, con cuatro niñas. Las demás vendrán. En cuanto
sepan de esa escuela alegre y útil, y en inglés, los que tengan en otra escuela
hijos, se los mandan allí: y si son de nuestra gente, les enseñan para más
halago, en una clase de lectura explicada-explicando el sentido de las
palabras/el español: no más gramática que esa: la gramática la va descubriendo
el niño en lo que lee y oye, y esa es la única que le sirve. ¿Y si tú te
esforzaras, y pudieras enseñar francés como te lo enseñé yo a ti, traduciendo
de libros naturales y agradables? Si yo estuviera donde tú no me pudieras ver,
o donde ya fuera imposible la vuelta, sería orgullo grande el mío, y alegría
grande, si te viera desde allí, sentada, con tu cabecita de luz, entre las
niñas que irían así saliendo de tu alma, sentada, libre del mundo, en el
trabajo independiente. Ensáyense en verano: empiecen en invierno. Pasa,
callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre,
y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando
mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la
mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el
mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como
el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, el libro que te
pido, sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si
muero donde no lo sepan los hombres.
Trabaja. Un beso. Y espérame.
Tu
J. Martí
Cabo Haitiano, 9
de abril, 1895
Obras
Completas, Vol. 20, p.
216-220.