José Jacinto
Milanés y Fuentes, poeta, dramaturgo y ensayista cubano. Uno de los principales
cultivadores del drama romántico en lengua española. Considerado como el primer
ingenio poético cubano. Casi toda su creación se desarrolló desde 1835 y hasta
1843, periodo enmarcado en el romanticismo de la literatura española
Hijo de Don Alonso
Milanés y de la matancera, Doña Rita Fuentes, nació el día 16 de agosto de 1814,
en la ciudad de Matanzas. Fue el primogénito de una familia numerosa y de escasos
bienes de fortuna. No obstante la
estrechez económica de los padres, José Jacinto adquirió algunos conocimientos
superiores en la famosa escuela que en aquella capital dirigía el nobilísimo
educador, Don Ambrosio José González; conocimientos, que no pudo finalizar,
contentándose, por más, con el aprendizaje del latín, para lo cual le sirvió de
maestro Don Francisco B Guerra Betancourt.
La facultad
autodidáctica de José Jacinto Milanés era tan acentuada como su afán de
aprender y de superarse intelectualmente (estudió varias lenguas) que le fue
posible, en varios ocasiones, suplir en su Cátedra de latín a su antiguo
profesor, y, años más tarde, cuando ya se le conocía como un cantor popular,
hacer versos en francés, (cantos, en italiano y varias traducciones.
Se inició de niño
en el conocimiento del teatro clásico español a través del “Tesoro del teatro
español” de Quintana, regalo de su padre. Comenzó a escribir desde muy joven
ensayos dramáticos.
Comenzó a trabajar
en Matanzas con su tío político Don Simón de Ximeno, casado con una hermana de
su madre, el cual en 1832 le consiguió un empleo en el escritorio de una
ferretería en La Habana en la cual le habían dado trabajo “por su bella forma
de letra”y se entregaba a los libros con el mismo fervor que ponía cuando se
iniciaba en el dominio de lenguas, o cuando interpretaba las escenas de Lope de
Vega y Calderón (clásicos del teatro español de la época.
Sometido a la
rigurosidad comercial, obligado al trabajo para poder subsistir, imposibilitado
de llevar una vida independiente y cómoda que le permitiera el desarrollo y
cultivo de sus aptitudes intelectuales; de natural, solitario, melancólico y
taciturno, se encontró con que las musas eran el único solaz de su alma, el
solo alivio de sus innatas soledades espirituales, así, él escribía sus versos,
que eran escape a sus diarias, hondas, congojas.
En 1833, al
estallar la epidemia de cólera en La Habana, regresó a su ciudad natal. Al año
siguiente llegó a Matanzas Domingo del Monte, ya consagrado y destacado en las
letras patrias, que había de ser con los años, su gran amigo y consejero.
En 1836, al
regresar Del Monte a La Habana, lo invitó en más de una ocasión a pasar
temporadas en su casa, donde se relacionó con los escritores que frecuentaban
su tertulia. Allí pudo ampliar, a través de la biblioteca de Del Monte, su
cultura clásica y moderna, y comenzó su período de mayor actividad literaria,
que abarca los años 1836-1843. Delmonte, fue
catando la sensibilidad poética de Milanés, que, apartándose de las maneras de
otros jóvenes aedas, no seguía a Heredia , (el vate de moda), sino que se
presentaba, aunque defectuoso en la técnica, personal y distinto en su lirismo
apasionadamente romántico, saturado de melancolía y de ternura idílica.
Publicó en el
Aguinaldo Habanero (1837) su famoso poema “La Madrugada” y otras poesías.
Aparecieron colaboraciones suyas en casi todas las revistas habaneras: El
Plantel (1838), El Álbum (1838, 1839), La Cartera Cubana (1839), El Prisma
(1846), Flores del Siglo (1846), El Artista (1848), Revista de la Habana (1853,
1856), Revista Universal (1860). En Matanzas colaboró en La Aurora y El Yumurí.
Desde el éxito
crítico de sus primeras composiciones, que pronto, (sobre todo, sus décimas),
la Sociedad recitaba y sabía de memoria, Del Monte no dejó de invitar al poeta
yumurino a una estadía en la Habana, a la que, al fin, accedió éste a los
cuatro años de haberla visitado por vez primera.
En casa de Del
Monte trató Milanés a Anselmo Suárez y Romero, a Cirilo Villaverde, a Ramón de
Palma y Romay, a José Z. González del Valle y a tantos otros.
De las tertulias en
el hogar de Delmonte nace “El Conde Alarcos”drama que fue, estrenado en 1838 en
La Habana en el “Teatro Principal”, por la “Compama Duclós” con gran éxito de
crítica. Este estreno le produjo su primera crisis nerviosa. Nunca accedió a
ver la obra en escena. Con esta obra se situó entre los primeros que cultivaron
el drama romántico en lengua española. Una producción donde pueden señalarse
algunos lunares con imparcialidad, pero cuenta también belleza suficiente para
justificar la aceptación que tuvo y los aplausos que arrancara en su
presentación”, el nombre de José Jacinto Milanés, no tan sólo traspasó la isla,
de un extremo a otro, sino que hizo posible que el mismo se debatiera, con
favorables tonos, en la Metrópolis madrileña, a donde llegaron los ecos del
éxito de la obra, en ultramar.
Aun no hacía dos
años que “El Conde Alarcos”, se hubiera estrenado, cuando Del Monte logró que
Milanés fuera nombrado en importante cargo público, que hubo de desempeñar en
su provincia natal, desde “La Cumbre”; lugar al que llegó el poeta entregándose
a una laboriosa tarea de producción teatral, ya que, sus quehaceres oficiales,
(por escasos), le dejaban casi todo el tiempo libre para desplegar sus afanes
intelectuales.
Por este tiempo
estrenó en su ciudad natal la comedia de costumbre, “Una Intriga Paternal”.
También, escribió otras obras menores, para la escena, como “El Poeta en la
Corte” y sus cuadros dialogados, “El Mirón Cubano”, que no concluyó.
Fallece el 14 de
noviembre de 1863. A partir de 1843 padecería de un mutismo que le duró hasta
su muerte, convirtiéndose en un fantasma viviente en su casona, donde vivió y
murió, sede hoy del archivo histórico de matanzas. Una pasión imposible por su
prima Isa dicen que llevo a Milanes a la locura. Algo mejorado, escribió ya
pocos versos, sin lograr igualar los de sus primeros tiempos. En 1852 su
enfermedad sufrió nueva crisis que lo hizo caer en un mutismo casi completo. En
ese mutismo vivió once años, hasta su muerte junto con su hermano Federico.
Publicó Los cantares del montero (Matanzas, Imp. del Comercio, 1841), que firmó
como Miraflores, mientras su hermano lo hacía como El camarioqueño. También utilizó
el seudónimo Florindo en unos versos publicados por la Aurora de Matanzas en
1836.
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