viernes, 16 de agosto de 2013

Decir “La Madrugada” es decir “José Jacinto Milanés”


José Jacinto Milanés y Fuentes, poeta, dramaturgo y ensayista cubano. Uno de los principales cultivadores del drama romántico en lengua española. Considerado como el primer ingenio poético cubano. Casi toda su creación se desarrolló desde 1835 y hasta 1843, periodo enmarcado en el romanticismo de la literatura española

Hijo de Don Alonso Milanés y de la matancera, Doña Rita Fuentes, nació el día 16 de agosto de 1814, en la ciudad de Matanzas. Fue el primogénito de una familia numerosa y de escasos bienes de fortuna. No obstante la estrechez económica de los padres, José Jacinto adquirió algunos conocimientos superiores en la famosa escuela que en aquella capital dirigía el nobilísimo educador, Don Ambrosio José González; conocimientos, que no pudo finalizar, contentándose, por más, con el aprendizaje del latín, para lo cual le sirvió de maestro Don Francisco B Guerra Betancourt.

La facultad autodidáctica de José Jacinto Milanés era tan acentuada como su afán de aprender y de superarse intelectualmente (estudió varias lenguas) que le fue posible, en varios ocasiones, suplir en su Cátedra de latín a su antiguo profesor, y, años más tarde, cuando ya se le conocía como un cantor popular, hacer versos en francés, (cantos, en italiano y varias traducciones.

Se inició de niño en el conocimiento del teatro clásico español a través del “Tesoro del teatro español” de Quintana, regalo de su padre. Comenzó a escribir desde muy joven ensayos dramáticos.

Comenzó a trabajar en Matanzas con su tío político Don Simón de Ximeno, casado con una hermana de su madre, el cual en 1832 le consiguió un empleo en el escritorio de una ferretería en La Habana en la cual le habían dado trabajo “por su bella forma de letra”y se entregaba a los libros con el mismo fervor que ponía cuando se iniciaba en el dominio de lenguas, o cuando interpretaba las escenas de Lope de Vega y Calderón (clásicos del teatro español de la época.

Sometido a la rigurosidad comercial, obligado al trabajo para poder subsistir, imposibilitado de llevar una vida independiente y cómoda que le permitiera el desarrollo y cultivo de sus aptitudes intelectuales; de natural, solitario, melancólico y taciturno, se encontró con que las musas eran el único solaz de su alma, el solo alivio de sus innatas soledades espirituales, así, él escribía sus versos, que eran escape a sus diarias, hondas, congojas.

En 1833, al estallar la epidemia de cólera en La Habana, regresó a su ciudad natal. Al año siguiente llegó a Matanzas Domingo del Monte, ya consagrado y destacado en las letras patrias, que había de ser con los años, su gran amigo y consejero.

En 1836, al regresar Del Monte a La Habana, lo invitó en más de una ocasión a pasar temporadas en su casa, donde se relacionó con los escritores que frecuentaban su tertulia. Allí pudo ampliar, a través de la biblioteca de Del Monte, su cultura clásica y moderna, y comenzó su período de mayor actividad literaria, que abarca los años 1836-1843. Delmonte, fue catando la sensibilidad poética de Milanés, que, apartándose de las maneras de otros jóvenes aedas, no seguía a Heredia , (el vate de moda), sino que se presentaba, aunque defectuoso en la técnica, personal y distinto en su lirismo apasionadamente romántico, saturado de melancolía y de ternura idílica.

Publicó en el Aguinaldo Habanero (1837) su famoso poema “La Madrugada” y otras poesías. Aparecieron colaboraciones suyas en casi todas las revistas habaneras: El Plantel (1838), El Álbum (1838, 1839), La Cartera Cubana (1839), El Prisma (1846), Flores del Siglo (1846), El Artista (1848), Revista de la Habana (1853, 1856), Revista Universal (1860). En Matanzas colaboró en La Aurora y El Yumurí.

Desde el éxito crítico de sus primeras composiciones, que pronto, (sobre todo, sus décimas), la Sociedad recitaba y sabía de memoria, Del Monte no dejó de invitar al poeta yumurino a una estadía en la Habana, a la que, al fin, accedió éste a los cuatro años de haberla visitado por vez primera.

En casa de Del Monte trató Milanés a Anselmo Suárez y Romero, a Cirilo Villaverde, a Ramón de Palma y Romay, a José Z. González del Valle y a tantos otros.

De las tertulias en el hogar de Delmonte nace “El Conde Alarcos”drama que fue, estrenado en 1838 en La Habana en el “Teatro Principal”, por la “Compama Duclós” con gran éxito de crítica. Este estreno le produjo su primera crisis nerviosa. Nunca accedió a ver la obra en escena. Con esta obra se situó entre los primeros que cultivaron el drama romántico en lengua española. Una producción donde pueden señalarse algunos lunares con imparcialidad, pero cuenta también belleza suficiente para justificar la aceptación que tuvo y los aplausos que arrancara en su presentación”, el nombre de José Jacinto Milanés, no tan sólo traspasó la isla, de un extremo a otro, sino que hizo posible que el mismo se debatiera, con favorables tonos, en la Metrópolis madrileña, a donde llegaron los ecos del éxito de la obra, en ultramar.

Aun no hacía dos años que “El Conde Alarcos”, se hubiera estrenado, cuando Del Monte logró que Milanés fuera nombrado en importante cargo público, que hubo de desempeñar en su provincia natal, desde “La Cumbre”; lugar al que llegó el poeta entregándose a una laboriosa tarea de producción teatral, ya que, sus quehaceres oficiales, (por escasos), le dejaban casi todo el tiempo libre para desplegar sus afanes intelectuales.
Por este tiempo estrenó en su ciudad natal la comedia de costumbre, “Una Intriga Paternal”. También, escribió otras obras menores, para la escena, como “El Poeta en la Corte” y sus cuadros dialogados, “El Mirón Cubano”, que no concluyó.

Fallece el 14 de noviembre de 1863. A partir de 1843 padecería de un mutismo que le duró hasta su muerte, convirtiéndose en un fantasma viviente en su casona, donde vivió y murió, sede hoy del archivo histórico de matanzas. Una pasión imposible por su prima Isa dicen que llevo a Milanes a la locura. Algo mejorado, escribió ya pocos versos, sin lograr igualar los de sus primeros tiempos. En 1852 su enfermedad sufrió nueva crisis que lo hizo caer en un mutismo casi completo. En ese mutismo vivió once años, hasta su muerte junto con su hermano Federico. Publicó Los cantares del montero (Matanzas, Imp. del Comercio, 1841), que firmó como Miraflores, mientras su hermano lo hacía como El camarioqueño. También utilizó el seudónimo Florindo en unos versos publicados por la Aurora de Matanzas en 1836.


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