lunes, 7 de octubre de 2013

Cubana Flight 455, hay quien espera por la justicia.

Güira de Melena, Escuela Secundaria Básica en el Campo "Juan Manuel Marquez" una escuela ubicada a escasos dos kilómetros del centro del pueblo, recién estrenada en los últimos días de agosto de 1977 donde se acomodaron en sus albergues adolescentes de  varios municipios de la Ciudad de la Habana y unos pocos de San Antonio de los Baños, Batabanó y el propio Güira, allí habían llegado a estudiar, trabajar y crecer como hombres nuevos, como hombres y mujeres liberados de sus familias, como hombres y mujeres que tenían que vivir el resto de sus años sin muñecas, ni carritos, ni aviones de juguete, a pesar de que no se habían despojado aún de la inocencia de una cercana niñez. Allí habían niñas que no imaginaban que en poco tiempo sus cuerpos cambiarían y tendrían su primera menstruación, que los niños no tenían aún el primer pelo en su cara, lo que los  definía como imberbes, aun así todo era bullicio y energía, se empezaban a conocer esos seres con la mayor naturalidad y algunos recelos, creados por las pequeñas diferencias que dejaban ver las posibilidades económicas de quienes llegaban con sus bolsos de tela o sus maletas de madera con candados de procedencia rusa naturalmente.


Habían pasado los días del ordenamiento de aulas, albergues, de conocer los reglamentos, los horarios de docencia, deportes, jornadas de labores agrícolas, elecciones pioneriles y todo funcionaba como se esperaba de un centro educativo como aquel, era el 6 de octubre de 1977 dia nublado y hasta frio en la mañana en aquella lejana escuela al campo, era un día en el que en el matutino se hablaría de un Acto Terrorista, en el que un año atrás habían perdido la vida 73 personas, la mayoría de ellos cubanos, todo transcurrió como estaba previsto por el grupo convocado a hacer el coro de esa mañana en la que se mencionarían los nombres de los caídos y todos los presentes responderían PRESENTE, como prueba de que para siempre cada cubano tendría en su corazón a aquellos inocentes hombres y mujeres víctimas del peor ensañamiento que puede tenerse contra un pueblo y de una acción cobarde que dejaría a algunos sin poder vivir ya para siempre con sus padres otros sin llegar a serlo.

Ese día de las filas de estudiantes salió una niña pecosa, sentida y llorando, una profesora la acompañó a sentarse en el pasillo central a una esquina de la entrada del comedor donde comenzaban a florecer algunos helechos y flores en macetas enormes. Mientras continuó y hasta que terminó el matutino con toda la carga emotiva que con esmero prepararon los de un grupo de 7mo grado al cual pertenecía, y que concluyó con la frase inolvidable pronunciada por Fidel un año antes en la Plaza de la Revolución “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”, aquella niña acompañada de la profesora no podía de dejar de llorar. Muchos de los que abandonamos la explanada del acto en busca de las aulas, pasamos por su lado y pensábamos que se trataba de un dolor físico que podía ser pasajero, muy lejos estaba de imaginar que no era un dolor físico, era un dolor mucho más profundo, era el dolor de una perdida irreparable que le estábamos recordando y que por el resto de vida tendría que recordar, esa niña triste era la hija de Carlos T. Conquero Perdomo Ingeniero de vuelo del Avión 455 de cubana de Aviación, Idania era su nombre y fue mi compañera de cubículo durante tres años, era una chica muy inteligente, pero siempre triste. A la edad de 11 años había perdido a su padre, le habían quitado la oportunidad de compartir las tardes de domingo en la recogida del parque de 15 y 16 en el Vedado, de bailar con él el vals de sus quince años, de acompañarla en su día de casamiento o de ver jugar a su hijo con su abuelo, estoy segura que aquel día de octubre del 77 el dolor de Idania no podía calcular eso, como no podía yo entender cuando un año atrás hacía una larga fila en la plaza de la revolución tomada de la mano de mi abuela y pasábamos ante la sala donde estaban los féretros con los restos del siniestro, y habían pasado horas de espera y el paso final era rápido y veías a todas las personas afligidas. Después de esos días quienes compartíamos con la hija del Instructor de vuelo no éramos los mismos, habíamos empezado a crecer y a entender que la vida dentro de la isla siempre estaría amenazada por un odio enfermizo con el cual no teníamos responsabilidad, pero para el cual teníamos que prepararnos. La historia se fue conociendo y con más dolor que el que sentimos en aquellos momentos del impacto inicial hemos vivido la impunidad de los autores del destrozo, algo que parece inconcebible pero la certeza se pasea con nombre y apellidos por las calles siempre veraniegas de Miami sin el más mínimo pesar de conciencia. Cuando llega octubre y se recuerda a quienes ya no están en sus familias como consecuencia de la intolerancia y el odio, siempre pienso en esa niña pecosa y triste que debe ser una mujer que espera por la justicia.

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