Güira de Melena, Escuela Secundaria Básica en el Campo "Juan Manuel Marquez" una escuela ubicada a escasos dos kilómetros
del centro del pueblo, recién estrenada en los últimos días de agosto de 1977
donde se acomodaron en sus albergues adolescentes de varios municipios de la Ciudad de la Habana y
unos pocos de San Antonio de los Baños, Batabanó y el propio Güira, allí habían
llegado a estudiar, trabajar y crecer como hombres nuevos, como hombres y
mujeres liberados de sus familias, como hombres y mujeres que tenían que vivir
el resto de sus años sin muñecas, ni carritos, ni aviones de juguete, a pesar
de que no se habían despojado aún de la inocencia de una cercana niñez. Allí
habían niñas que no imaginaban que en poco tiempo sus cuerpos cambiarían y
tendrían su primera menstruación, que los niños no tenían aún el primer pelo en
su cara, lo que los definía como
imberbes, aun así todo era bullicio y energía, se empezaban a conocer esos
seres con la mayor naturalidad y algunos recelos, creados por las pequeñas
diferencias que dejaban ver las posibilidades económicas de quienes llegaban
con sus bolsos de tela o sus maletas de madera con candados de procedencia rusa
naturalmente.
Habían pasado los días del
ordenamiento de aulas, albergues, de conocer los reglamentos, los horarios de
docencia, deportes, jornadas de labores agrícolas, elecciones pioneriles y todo
funcionaba como se esperaba de un centro educativo como aquel, era el 6 de
octubre de 1977 dia nublado y hasta frio en la mañana en aquella lejana escuela
al campo, era un día en el que en el matutino se hablaría de un Acto
Terrorista, en el que un año atrás habían perdido la vida 73 personas, la
mayoría de ellos cubanos, todo transcurrió como estaba previsto por el grupo
convocado a hacer el coro de esa mañana en la que se mencionarían los nombres
de los caídos y todos los presentes responderían PRESENTE, como prueba de que
para siempre cada cubano tendría en su corazón a aquellos inocentes hombres y mujeres víctimas del peor ensañamiento que puede tenerse contra un pueblo y de una
acción cobarde que dejaría a algunos sin poder vivir ya para siempre con sus
padres otros sin llegar a serlo.
Ese día de las filas de estudiantes salió una
niña pecosa, sentida y llorando, una profesora la acompañó a sentarse en el
pasillo central a una esquina de la entrada del comedor donde comenzaban a
florecer algunos helechos y flores en macetas enormes. Mientras continuó y
hasta que terminó el matutino con toda la carga emotiva que con esmero
prepararon los de un grupo de 7mo grado al cual pertenecía, y que concluyó con
la frase inolvidable pronunciada por Fidel un año antes en la Plaza de la
Revolución “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”, aquella
niña acompañada de la profesora no podía de dejar de llorar. Muchos de los que
abandonamos la explanada del acto en busca de las aulas, pasamos por su lado y pensábamos que se
trataba de un dolor físico que podía ser pasajero, muy lejos estaba de imaginar
que no era un dolor físico, era un dolor mucho más profundo, era el dolor de
una perdida irreparable que le estábamos recordando y que por el resto de vida
tendría que recordar, esa niña triste era la hija de Carlos T. Conquero Perdomo
Ingeniero de vuelo del Avión 455 de cubana de Aviación, Idania era su nombre y
fue mi compañera de cubículo durante tres años, era una chica muy inteligente,
pero siempre triste. A la edad de 11 años había perdido a su padre, le habían
quitado la oportunidad de compartir las tardes de domingo en la recogida del
parque de 15 y 16 en el Vedado, de bailar con él el vals de sus quince años, de
acompañarla en su día de casamiento o de ver jugar a su hijo con su abuelo, estoy
segura que aquel día de octubre del 77 el dolor de Idania no podía calcular
eso, como no podía yo entender cuando un año atrás hacía una larga fila en la
plaza de la revolución tomada de la mano de mi abuela y pasábamos ante la sala
donde estaban los féretros con los restos del siniestro, y habían pasado horas
de espera y el paso final era rápido y veías a todas las personas afligidas.
Después de esos días quienes compartíamos con la hija del Instructor de vuelo
no éramos los mismos, habíamos empezado a crecer y a entender que la vida
dentro de la isla siempre estaría amenazada por un odio enfermizo con el cual
no teníamos responsabilidad, pero para el cual teníamos que prepararnos. La
historia se fue conociendo y con más dolor que el que sentimos en aquellos
momentos del impacto inicial hemos vivido la impunidad de los autores del
destrozo, algo que parece inconcebible pero la certeza se pasea con nombre y
apellidos por las calles siempre veraniegas de Miami sin el más mínimo pesar de
conciencia. Cuando llega octubre y se recuerda a quienes ya no están en sus
familias como consecuencia de la intolerancia y el odio, siempre pienso en
esa niña pecosa y triste que debe ser una mujer que espera por la justicia.
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