miércoles, 13 de agosto de 2025

“Promesa al centenario”

Mi abuelo decía que hay que tener mucho valor para hacer lo que hizo Fidel: subirse a la Sierra y darle a Cuba dignidad. No lo decía con grandilocuencia, sino con la voz pausada de quien vivió la Cuba de sátrapas gobernantes como Machado, de Prío, de Batista. Me hablaba de héroes como Mella, de Chibás, de Echeverría, de Frank País. Pero cuando llegaba a Fidel, su tono cambiaba. Era como si nombrara a alguien que había hecho posible lo imposible.

Yo nací en una Cuba ya revolucionada. No conocí el antes, más que en esas conversaciones con mi abuelo, que eran como clases de historia con alma. Fidel, como a millones de cubanos, nos enseñó todo: las calles con nombres de mártires, los libros con palabras de fuego, los silencios que también hablan. En esa Cuba, Fidel no era solo un hombre de discursos: era presencia, era ritmo, era acción, era contradicción.

No lo viví en la Sierra, pero lo escuché en la Plaza muchas veces. Lo sentí en la escuela, en los periódicos, en las conversaciones que se susurraban y en las que se gritaban. Y aunque sé que hay quienes lo niegan, no he encontrado en la historia un argumento que borre su huella. Porque más allá de la política, Fidel fue un ser humano con cualidades excepcionales: amabilidad, tenacidad, visión, una capacidad de entrega que rozaba lo mítico.

Como Martí, también fue poeta —aunque sus versos fueran discursos, y sus metáforas, decisiones. Ambos soñaron una Cuba libre, digna, soberana. Y ambos pagaron el precio de sus sueños con el cuerpo, con el alma, con la historia.

Fidel es de esos seres a los que descubres de niño y te parece un gigante, de joven te parece un padre y de adulto no tienes duda que es un héroe, de esos héroes epopéyicos, de esos de los que unos quieren borrar de la historia porque no le llegan ni al talón en su desconocimiento u odio inoculado, y entonces la historia se encarga de ponerlo en el más alto pináculo porque es luz, es faro, es irrepetible.

Por ahí dicen que Fidel no es la Revolución, lamento decirles que la Revolución no fue solo un hecho histórico, fue una forma de mirar el mundo. Y aunque el tiempo pase, y los contextos cambien, hay algo que permanece: la certeza de que hubo hombres —como Martí, como Fidel— que soñaron con nosotros antes de que supiéramos soñar. Fidel, es la Revolución, Fidel es Cuba, Fidel es Latinoamérica, Fidel es todos los pueblos que sufren de pobreza, de bloqueo, porque cada momento de su vida lo dedicó a pensar, a sentir y a sufrir por los demás, Fidel fue el rostro de una época que no se puede entender sin él.

Quisiera haber sido Juan Gelman para hacerle un poema, Liborio Noval para estar cerca de él y quedarme con su mejor fotografía, Silvio Rodriguez para hacerle una hermosa canción o Katiuska Blanco para escribir de su vida y sus victorias, pero aqui estoy en el 100 aniversario de su natalicio solo pensándolo como el gigante, el padre y el héroe, y prometiéndole mi humilde contribución a su legado, no descansar como él hasta la independencia de Cuba del más tenaz e inhumano bloqueo que ejerce los Estados Unidos, tratando de quitarle esa dignidad conquistada finalmente por Fidel desde La Sierra.

Hoy inicia esa promesa participando en el lanzamiento de la Campaña "Un barco de petroleo para Cuba", desde la tierra de Juarez, acompañados de los hombres y mujeres que hacen de la solidaridad una maxima en sus vidas. Seguimos en este ir y venir de sueños para Cuba hasta hacerlos realidad.


martes, 5 de agosto de 2025

Cuando Engels me habló al oído

En los días de mi juventud, cuando el amor tenía la forma de libros subrayados y conversaciones interminables, descubrí a Federico Engels. No fue en una clase ni en una biblioteca solemne, sino en la complicidad de un gesto: yo transcribía fragmentos para mi pareja, un estudioso fervoroso del marxismo, como quien deja migas de pan en el camino del pensamiento compartido.

Es en esos días tomé “prestado” El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Lo abrí sin expectativas y lo cerré transformada. Lo leí de un tirón, como quien se bebe un río sin saber que está sedienta. Engels me habló al oído con una voz clara, firme, y profundamente humana. No era el escudero de Marx, como tantos lo han querido encasillar. Era un intelectual completo, un cartógrafo de las estructuras invisibles que rigen nuestras vidas.

Sus palabras no eran solo teoría: eran bisturí. Cortaban con precisión la historia, la familia, el Estado, y revelaban las entrañas del poder. Me mostró que la opresión no es un accidente, sino una arquitectura. Que el amor, el trabajo, la maternidad, todo está atravesado por relaciones materiales. Y que entenderlo no es suficiente: hay que transformarlo.

La cita que mas impresiona en ese texto es cuando precide el futuro de los hombres verdaderamente libres: " Pero ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que nunca se hayan encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza social, el abandono de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un amor real, ni de rehusar entregarse a su amante por miedo a las consideraciones económicas que ello pueda traerles. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!"

Hoy, cuando el mundo parece repetir sus errores con una obstinación casi ritual, Engels sigue siendo vigente. Su mirada sobre la propiedad, el género, la dominación estatal, resuena como un eco lúcido en medio del ruido. No ha envejecido, está vigente, es urgente que se retome si queremos un mundo mejor.

Conocerlo fue como abrir una puerta que no sabía que existía. Desde entonces, su pensamiento me acompaña como una brújula silenciosa. Y aunque ya no transcribo citas, ando el camino de la vida con el mismo marxista ferviente de mi juventud, sigo buscando a Engels como quien conversa con un viejo amigo que nunca deja de sorprenderme, sigo buscando en sus obras las ideas que anticipó para estos tiempos.